miércoles, 5 de junio de 2024

Borges y la poesía (1)

 

DGD: Postales, 2022-2024.

 

r e t r a t o s   (e n)   (c o n)   p o s t a l e s

Borges y la poesía (1)

 

 

[En diversas ocasiones a finales de los años setenta del siglo XX, el escritor Willis Barnstone entrevistó a Borges; en el último de esos encuentros, Barnstone le comentó: “Durante todos estos años, desde que nos conocimos, hemos hablado casi exclusivamente sobre poesía”. Borges respondió: “Sí. Es el único tema, realmente”. Sin duda lo es para el escritor argentino, y por motivos no literarios sino vivenciales, tal como reluce en el libro de Barnstone (Borges, el misterio esencial) y en la gran mayoría de las miles de entrevistas que se hicieron al autor de El Aleph. Baste como ejemplo lo que Borges declara en la conferencia “El poeta y la escritura” (1982): “La poesía se ha dedicado en buena parte a lamentarse; yo diría que hay un solo poeta que ha cantado la alegría presente: el gran poeta español Jorge Guillén. Uno siente que él está cantando, que al escribir se siente muy feliz. En general, se ha preferido deplorar la felicidad perdida, los paraísos perdidos; en cambio, Guillén hace gustar esa maravillosa proeza de cantar la felicidad presente, cosa que nadie parecía haber hecho”. Acaso no haya una palabra más desprestigiada que felicidad, y sin duda con sobradas razones, dado el abuso con que los medios la convierten en la gran coartada, es decir en una especie de euforia bobalicona y escapista; sin embargo, en la misma entrevista —así como en muchas otras ocasiones análogas— Borges la redefine suficientemente a su manera: “A mí me ha sucedido a veces caminar por la calle, doblar una esquina y sentirme misteriosamente feliz, y no me he preguntado por qué, porque sé que si pregunto, encuentro demasiadas razones para ser el hombre más desdichado del mundo, de suerte que no me conviene hacer esas inquisiciones”. Esa felicidad sin motivación evidente, que nada tiene que ver con la forma usual de definir esa palabra y que guarda semejanza con ciertos estados previstos por las filosofías orientales, es acaso lo que convierte a la poesía en el único tema, esto es, en el único capaz de dar cabida a todos los demás y proyectarlos en un horizonte siempre inédito. De ahí la invitación que Borges incluye en una de las conferencias reunidas en Siete noches (1980): “Hay personas que sienten escasamente la poesía; generalmente se dedican a enseñarla. Yo creo sentir la poesía y creo no haberla enseñado; no he enseñado el amor de tal texto, de tal otro: he enseñado a mis estudiantes a que quieran la literatura, a que vean en la literatura una forma de felicidad”. He aquí una mínima reunión de fragmentos borgesianos en torno a la poesía como visitación incontrolada e infundada. Las fuentes se mencionan al final. (DGD)]

 

 

[L]a poesía es algo que se siente, y si ustedes no sienten la poesía, si no tienen sentimiento de belleza, si un relato no los lleva al deseo de saber qué ocurrió después, el autor no ha escrito para ustedes. Déjenlo de lado, que la literatura es bastante rica para ofrecerles algún autor digno de su atención, o indigno hoy de su atención y que leerán mañana. [1]

 

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[T]oda poesía es misteriosa; nadie sabe del todo lo que le ha sido dado escribir. [2]

 

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La poesía es el encuentro del lector con el libro, el descubrimiento del libro. Hay otra experiencia estética que es el momento, muy extraño también, en el cual el poeta concibe la obra, en el cual va descubriendo o inventando la obra. Según se sabe, en latín las palabras “inventar” y “descubrir” son sinónimas. Todo esto está de acuerdo con la doctrina platónica, cuando dice que inventar, que descubrir, es recordar. Francis Bacon agrega que si aprender es recordar, ignorar es saber olvidar; ya todo está, sólo nos falta verlo. [...] Bradley dijo que uno de los efectos de la poesía debe ser darnos la impresión, no de descubrir algo nuevo, sino de recordar algo olvidado. [1]

 

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Si las páginas de este libro consienten algún verso feliz, perdóneme el lector la descortesía de haberlo usurpado yo, previamente. Nuestras nadas poco difieren; es trivial y fortuita la circunstancia de que seas tú el lector de estos ejercicios, y yo su redactor. [3]

 

 

La poesía no es menos misteriosa que los otros elementos del orbe. Tal o cual verso afortunado no puede envanecernos, porque es don del Azar o del Espíritu; sólo los errores son nuestros. [4]

 

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La palabra habría sido en el principio un símbolo mágico, que la usura del tiempo desgastaría. La misión del poeta sería restituir a la palabra, siquiera de un modo parcial, su primitiva y ahora oculta virtud. [5]

 

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Mi suerte es lo que suele denominarse “poesía intelectual”. La palabra es casi un oxímoron; el intelecto (la vigilia) piensa por medio de abstracciones, la poesía (el sueño), por medio de imágenes, de mitos o de fábulas. La poesía intelectual debe entretejer gratamente esos dos procesos. [6]

 

 

He visto que nuestra poesía, cuyo vuelo juzgábamos suelto y desenfadado, ha ido trazando una figura geométrica en el aire del tiempo. Bella y triste sorpresa la de sentir que nuestro gesto de entonces, tan espontáneo y fácil, no era sino el comienzo torpe de una liturgia. [7]

 

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Y si la desconfianza de algún lector me refuta juzgando que la poesía es cosa que solicita nuestra gustación y no nuestro análisis, le responderé que todo en el mundo es digno quebradero de la inteligencia. [8]

 

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Su poesía [de Stevenson] es tan perfecta que suele parecernos inevitable y aun fácil. [9]

 

 

[L]a distinción radical entre la poesía y la prosa está en la muy diversa expectativa de quien las lee: la primera presupone una intensidad que no se tolera en la última. [10]

 

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El arte de la poesía es siempre anterior al arte de la prosa; la literatura nace cantando. (La prosa presupone la escritura; el verso puede ser oral.) [11]

 

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Nadie ignora que la literatura empieza por la poesía; el verso es anterior a la prosa y es natural que ésta propenda, acaso sin saberlo y sin proponérselo, a volver a su fuente. [12]

 

 

Modificar ligera o profundamente el pasado es quizás el único milagro que la teología dogmática (con la sola excepción de Pietro Damiani) ha prohibido al Señor y que nuestra mala memoria y la literatura ejecutan continuamente. Trátase, acaso, de una de las tareas fundamentales de la poesía que, a diferencia de la caótica realidad, procede por una selección de hechos representativos, que simbólicamente son verdaderos aunque históricamente pueden no serlo. [13]

 

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Ignoramos, como los griegos, si esencialmente somos hechos particulares o símbolos; la poesía puede aceptar ambas conjeturas. [14]

 

 

[L]a poesía es witchcraft, hechicería, [...] la poesía es finalmente inexplicable. [...] La poesía está, además, esperándonos, está acechándonos. [15]

 

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Buscamos la poesía; buscamos la vida. Y la vida está, estoy seguro, hecha de poesía. La poesía no es algo extraño: está acechando, como veremos, a la vuelta de la esquina. Puede surgir ante nosotros en cualquier momento. [16]

 

 

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Fuentes: [1] “La poesía”, en Siete noches, Fondo de Cultura Económica, México, 1980. ● [2] Prólogo a Poesía completa, Lumen, Barcelona, 2011. ● [3] Prólogo de 1969 a Fervor de Buenos Aires, Imprenta Serantes, Buenos Aires, 1923. ● [4] Prólogo a Elogio de la sombra, Emecé, Buenos Aires, 1969. ● [5] Prólogo a La rosa profunda, Emecé, Buenos Aires, 1975. ● [6] Prólogo a La cifra, Alianza Editorial, Madrid, 1981. ● [7] “E. González Lanuza”, en Inquisiciones, Proa, Buenos Aires, 1925. ● [8] “Acerca de Unamuno, poeta”, en Inquisiciones, op. cit. ● [9] Prólogo a La isla de las voces de Robert Louis Stevenson (Prólogos de la Biblioteca de Babel, Alianza Editorial, Madrid, 2000). ● [10] Prólogo a Las Mil y Una Noches según Burton (Prólogos de la Biblioteca de Babel). ● [11] Prólogo a Recuerdos de la Tierra de Horacio Eduardo Rosales (El círculo secreto, Emecé, Buenos Aires, 2003). ● [12] Prólogo a Los nombres de la muerte de María Esther Vázquez, Emecé, Buenos Aires, 1964. (Prólogos con un prólogo de prólogos, Torres Agüero Editor, Buenos Aires, 1975.) ● [13] Prólogo a En tu aire, Argentina de Nicolás Cócaro (El círculo secreto, Emecé, Buenos Aires, 2003). ● [14] Prólogo a Del amor y los otros desconsuelos de Gustavo García Saraví (El círculo secreto, op. cit.). ● [15] Presentación a Dos poemas y una oda melancólica de Miguel E. Dolan (El círculo secreto, op. cit.). ● [16] Arte poética (This Craft of Verse, 2000), Crítica, Barcelona, 2001; trad.: Justo Navarro.

 

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Voces de Antonio Porchia

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